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Finales y nuevos comienzos

Esta crónica nace a partir de la inquietud de profundizar un poco en el estado consiente e inconsciente de un sujeto (bien puede ser hombre o mujer) y de sus seres más cercanos, en el momento mismo que entra en crisis su vida, al enterarse de que en su cuerpo se da lugar a una batalla épica entre su sistema inmunológico y una serie de células cancerígenas.
Esta situación se vivió en mi familia, para ser más específico, mi mamá Lola Portela cruzó por ese umbral de quienes no tienen la certeza de qué será del día de mañana, confiando en que algo o alguien se convierta en la emancipación de aquella horrible verdad: el cáncer.
Entre los años 1997 y 2000 se dieron 59.520 muertes en hombres y 34.603 muertes en mujeres por distintos tipos de cáncer, las posibilidades de curarse de un cáncer son actualmente cercanas al 50%, algunos cánceres se curan al 100%, como por ejemplo el cáncer de testículo. La principal causa del cáncer es el tabaco. Recientes estudios consideran que si nadie fumara habría un 30% menos de enfermos de cáncer, y si el sobrepeso no estuviera presente, sumado a un poco de actividad física otro 20% menos. La mortalidad mundial del cáncer es superior a la del SIDA, la tuberculosis y el paludismo juntos, pues mueren cerca de 8 millones de personas cada año por el cáncer.
Después de una larga conversación, entre lágrimas y sonrisas, con mi madre,  obtuve  suficientes datos como para llegar a escribir esta crónica titulada “Finales y nuevos comienzos”, que me enorgullezco de presentarles, pues si la historia hubiese sido distinta, tal vez, no estaría aquí sentado en mi escritorio buscando las palabras adecuadas, para lograr que lo que está en mi mente se materialice en símbolos y mis sentimientos en palabras, y aún más importante no tendría alguien a quién regalarle rosas el día de las madres.

 Finales y nuevos comienzos


En el año 1996 Lola  Portela Pérez, Comunicadora Social y Periodista con especialización en educación y asesoría familiar, tenía una familia como muchos desearían, compuesta  para ese entonces por su esposo Darío y  su hijo Santiago, con una economía muy estable y satisfacción profesional. Ella acababa de dejar su cargo como corresponsal de guerra para la televisión alemana, pues tan solo 2 años atrás había tenido a su primer hijo Santiago entre sus brazos, y ese emotivo momento bastó para decidir de manera definitiva que no pondría su vida en riesgo nunca más.

Sin embargo,  inadvertidamente de un momento a otro empezó a subir de peso de manera inexplicable. “Me asusté cuando vi la pesa y había subido ¡12 kilos en un solo mes!”. Me dijo, con los ojos bien abiertos como trayendo el recuerdo del gesto que hizo en aquel momento. Consultó al médico y este le mandó exámenes de rutina, no se encontró nada que señalara que lo que estaba mal en el cuerpo de Lola. Pero,  se siguieron  haciendo exámenes para comprobar que nada estuviera alterando el peso y descartar cualquier clase de problema, hasta que finalmente se hizo evidente que algo andaba fuera de lo normal: se detectaron niveles elevados de hormonas en el cuerpo, las hormonas suprarrenales y la hipófisis habían rebasado los parámetros normales. Durante casi un año de exámenes y observaciones el peso aumentó 30 kilogramos. “la falla en el diagnóstico estuvo en el médico especialista, porque siempre me vio la ginecóloga, ya que los problemas que se me presentaban era ginecológicos, ausencia de menstruación y calores siendo yo tan joven, por eso tal vez el diagnóstico fue demasiado tardío”. Me dijo, con su mirada al vacío como si lo estuvieran proyectando en su propia mente.
Se aproxima el año 97, era diciembre 13 de 1996. “Fui a ver a un neurocirujano recomendado por un colega”. Se encontraba en la Clínica Shaio con el doctor Julio Roberto Fonnegra quien para ese momento era el presidente de la Asociación Colombiana de Neurología. Él le ordenó desde la primera cita una resonancia magnética, y sin más preámbulo con la sinceridad que lo caracterizaba, le dijo a Lola que lo que tenía era un tumor, que era importante saber qué tan grande estaba, y qué tanto estaba afectado al cerebro (el tumor estaba ubicado en la “silla turca”, situada en el cerebro) y que se temía que fuera maligno.
“Al día siguiente fui internada a las 6 de la mañana en la Clínica Shaio, el 14 hicieron varias muestras de sangre, me hicieron entender, sin decirlo, que estaban preparándose para mi cirugía y ese mismo día me dieron de alta a las 10:00 a.m.”. Tan solo dos días después, el 16, recibe una llamada del doctor Fonnegra a las 12 del día y le dice que es importante que se vean.
“Hasta ese día creo que tuve Fe en que el diagnóstico fuera errado, siempre tuve esperanzas de que no me tuvieran que operar, y menos el cerebro”.
Llegó a la Clínica Shaio acompañada únicamente de su ultimo granito de Fe, ella no quería decirle nada a su esposo, ni a sus padres para no preocuparlos. “No quería dañarle la navidad a nadie, era 16 de diciembre”, la misma fecha en la que comienzan las novenas navideñas. Su mente empezaba a divagar un poco con las ideas que le surgían de momento, la angustia y el nerviosismo ya eran factores comunes en esos días. Con un gesto pensativo y hablando pausadamente me dijo: “Es como si algo te avisara, por dentro, qué va a decir el médico, es como si algo te dijera…”.
Tan pronto llegó a la recepción, del tercer nivel, de ese gran edificio repleto de esperanzas de vida, la secretaria del neurocirujano,  la anunció y la hizo seguir. “Eran las 4:05 de la tarde, hoy cada vez que  miro el reloj y es esa hora, mi mente se remonta a ese momento”. Suspira. “Él no me miró a los ojos, en un principio, me sentó en una silla alta, ayudándome a subir con mis 30 kilos adicionales”, en el consultorio se encontraban 3 médicos: un otorrinolaringólogo, Julio el neurocirujano, y un oncólogo.  Le hicieron una prueba visual, fue evidente de inmediato que su visión no se encontraba en buen estado, había perdido el 90% de su campo visual, sin percibirlo. “El campo visual se pierde imperceptiblemente, solo se ven como fantasmas, son luces que vienen y van, sentía como si alguien estuviera a mi lado derecho o izquierdo, fue lo único que sentí, meses anteriores”. Me dijo, moviendo las manos intentando ilustrarme el errante movimiento de estas borrosas visiones.
Hizo una pausa y dijo mirándome “en medio de mi ignorancia pensaba que la debilidad se debía al exceso de trabajo”.
Le preguntaron qué síntomas persistían y ella haciendo memoria, recordó que en dos oportunidades por lapsos de tiempo inciertos perdió la noción de la realidad, tal cual como si la conciencia fuese un electrodoméstico que se desconecta de repente en pleno funcionamiento. Los médicos siempre le dijeron que esto se debía al estrés, pero los allí presentes, llegaron a la conclusión de que el tumor había llegado a afectar algunos aspectos sensoriales y por esa razón tenía esos síntomas, el tumor se convirtió en una interrupción para el sistema nervioso central.
Luego de esa corta conversación el doctor le comentó a Lola que tendrían que “organizar” varios aspectos de su salud  para la cirugía. “Salí de ahí, creo que camine 3 horas sin saber a dónde, no sabía qué pensar, sentía cómo todo llegaba al final”. Los riesgos eran muchos, en medio del desespero entró a una capilla, ella sólo podía pedirle a Dios fuerza y valentía para afrontar la realidad en la que se encontraba sumergida ahora su vida, se desquebrajó en llanto arrodillada en frente a la majestuosa decoración del sitio, dejando salir todas las emociones que le escondía a sus familiares y amigos, lloró cada gota del silencio que habían conservado sus labios en los últimos días, y cuando se dio cuenta el día había culminado y la oscuridad se posaba sobre cada una de las calles de la fría Bogotá, no se encontraba ni una persona en los andenes, se hizo evidente que ese día comenzaban las novenas navideñas.
“El sacerdote me ayudó a coger un carro, seguramente me vio llorando por horas”. Luego de bajarse del taxi y subir al apartamento, buscó a su hijo ansiosa, él estaba profundamente dormido igual que su esposo, quien tal vez para ese entonces, sospechaba que algo andaba mal con su esposa por las subidas de peso anormales y sus extrañas actitudes de aislamiento cuando se tocaba el tema. Estando el somnoliento bebé reflejado en los dos hinchados y llorosos ojos de su mamá, ella lo tomó de las manos y se las besó con el amor que sólo puede dar una madre. Luego fue a darse una ducha, se puso su ropa de dormir y se acostó junto a Darío.
Él le preguntó casi de inmediato cómo estaba, ella le respondió que se encontraba asustada y no dijo nada más. Darío no  hizo más preguntas, pues aún seguía entre dormido y despierto, además el creía que venía del trabajo.
Al día siguiente,  salió de su casa para el trabajo sin pronunciar palabra alguna. “No quería hablar con nadie, sentía miedo, sentía impotencia, sentía que no era el momento para dejar a mi hijo solo”. Me dijo Lola, con lágrimas rodando sobre sus mejillas, acto seguido con la mano derecha se limpió su rostro mientras, con la voz entre cortada, agregó:
“Creo que esa situación hizo que tuviera más miedo que el que le tenía a las balas, nunca había sentido tanto miedo y nunca he vuelto a sentirlo, luego de haberme enfrentado a la muerte en mi trabajo, no tuve miedo, pero ese día, sobre todos los anteriores de peligro lo tuve.”  
Ella recuerda que era un viernes de una semana de mucho trabajo, durante una buena parte de ese día se dedicó a investigar qué era una radioterapia y qué una quimioterapia, pidió una cita con uno de sus mejores amigos de esa época, su peluquero,  para el siguiente sábado en la mañana. Estando en la peluquería,  con su hijo Santiago, recibió una llamada de su jefe, quien sabía que Lola estaba pasando por momentos difíciles, la semana anterior había sido una semana muy dura para ella. Además de tener una gran cantidad de trabajo pendiente estaba en un momento de espera e incertidumbre inconcebible, y su jefe lo había notado. Lola le dio la dirección del sitio y poco tiempo después llegó, Gladys de Amaya quien era sumamente refinada y denotaba que su lugar en el mundo pertenecía a las altas esferas sociales.  Lola le contó todo lo sucedido, en detalle, y luego de eso se cortó el largo cabello,  a la altura de la nuca.
El lunes su esposo le preguntó por qué se había cortado el cabello realmente, él le pidió que lo mirara a los ojos, “no le pude mentir”. Las palabras salieron a gran velocidad de sus labios como si se tratase de palomas que escapan de su jaula. “Seguimos en exámenes, el jueves pasado el médico me dijo que tocaba esperar a estabilizar un problema de coagulación que tengo en la sangre, que lo íbamos a manejar con medicamentos, porque necesita que mi organismo esté entre los parámetros normales”.
Se creía que la cirugía sería programada para principios de enero, si fuera de esta manera Lola seguiría de vacaciones, pero fue programada para mediados del mismo mes, pocos días después de que ella entrara  de vacaciones a la Universidad de La Sabana, donde laboraba con el cargo de Asesora Académica. Le contó al rector y este le dio plazo de 3 días para encontrar un remplazo, la cirugía no tardaba mucho en realidad, pero la recuperación se creía que sería de aproximadamente 6 meses. En los siguientes 3 días de trabajo que le quedaban en la Universidad, ella se olvidó del todo de la cirugía y que le esperaba. Ella amaba a sus estudiantes, no les dictaba clases, pero tenía una saludable relación con los que por su oficina pasaban o con los que se cruzaba a diario. En el último día se pasó horas hablando con un amigo, médico y colega suyo que también trabajaba allí, preguntándole sobre la enfermedad, e hizo un descubrimiento: “descubrí que saber de la enfermedad me quitaba el miedo, me daba seguridad, me tranquilizaba muchísimo”.
Tenía una cita para el jueves 20 de enero a las 2 de la tarde, para internarla en la Clínica Shaio, su esposo Darío la invitó a almorzar junto con su hijo Santiago a  “Pica flor”, uno de los restaurantes favoritos de Lola donde comían desde que eran novios.  Más que comer fue la excusa perfecta para tener un espacio y poder dialogar, en ese momento vivían con los padres de Darío y era un poco complicado para la pareja tener tiempo a solas, inclusive para hablar. El tiempo en ese restaurante fue crucial para que cada quien expresara sus sentimientos, el miedo se había apoderado de la pareja, pero a pesar de esto, él le dijo que tenía Fe en que saldrían adelante. Con cara seria ella le dijo “te voy a ser infiel...” Él hizo cara de confundido y ella culminó “le cogeré la mano a otro hombre… el doctor me dijo que cuando ya me fuera a ir, por la anestesia, pensara en algo bonito, y yo le dije que imaginaría que le cogería la mano a  Dios y me iría caminando con él”. Él se rió y la familia recobró la felicidad por un instante, “fue un buen momento a pesar de la situación”. Llegaron a la clínica, ella no quería separase de su hijo, no lo dejó sentar en la silla del automóvil, simplemente quería estar con él entre sus brazos, en la Clínica estaba la mamá de Lola y algunos familiares de ella “como despidiéndose, tal vez era la despedida de la vida, creo yo”. Darío dejó a Santiago con su abuela para salir por un momento y fumarse un cigarrillo para apaciguar un poco la angustia, llevaba años sin fumar, pero la situación dio pie a que volviera a él la ansiedad propia de un fumador. Mientras él aspiraba el tóxico humo del cancerígeno tabaco proveniente de un Piel Roja (su marca favorita de cigarros) adentro Lola hacía los trámites necesarios para su ingreso.
En la habitación estaba dispuesta una mujer, gorda y bajita con una sonrisa muy agradable, quien le cortaría totalmente el cabello que le quedaba a Lola, le explicó que era mejor  hacerlo, pues igual el cabello se caería con los procedimientos postquirúrgicos, la canalizaron.  No podía conciliar el sueño, ya eran las 10 de la noche, la jefe de enfermeras llamó al doctor, para sedarla. Lola le pidió a Darío que se fuera a descansar porque al día siguiente debía madrugar para llegar a la cita que sería a las 6:30 a.m., pero él no quería dejarla sola, finalmente es se fue de la Clínica a las 11 p.m.
Aproximadamente a las 4:30 a.m. del día siguiente despertaron a Lola, la sentaron en una silla, ella se sentía muy mareada, le dijeron que la bañarían con un jabón especial a base de Isodine, a la media hora llegó el neurocirujano  Fonnergra. Preguntó cómo había sido la asepsia “por primera vez escuche la palabra asepsia”, entonces él decidió bañarla de nuevo haciéndolo él mismo. Se manchó su bata médica y pido otra, mientras alguna enfermera le traía otra bata Lola tuvo la oportunidad de hablar con él. El doctor le dijo que trataría de hacer la cirugía transfenoidal (por la nariz), por lo cual intervendría primero un otorrinolaringólogo haciendo el abordaje, para luego dejar a cargo a Fonnegra cuando estuviera libre el paso al cerebro, le explicó que se haría un corte por la nariz y que por esto tendría varias molestias luego de la cirugía, pero que no se preocupara por la parte estética ya que quedaría exactamente igual la forma de su nariz. Esta era la mejor opción que tenían para evitar una meningitis (infección cerebral, inflamación de las membranas del cerebro). El doctor no quería abrir el cráneo directamente porque el sistema inmunológico estaba débil por su constante lucha contra el tumor, y no se podía esperar más para hacer la cirugía ya que el tumor crecía constantemente y estaba afectando el cerebro. En eso llegó Darío y el doctor les hizo saber que había un 30% de posibilidades de que la operación fuera un éxito y de que Lola se recuperara.
A las 6:30 de la mañana,  bajan a Lola al quirófano, con su esposo todo el tiempo a su lado. “Eso me daba tranquilidad, él se veía tranquilo y me llenaba de paz”. En el recorrido por los pasillos ella miraba al techo, y con mareo veía pasar las luces de los bombillos ubicados en el techo, hasta que llegaron a un punto en el que no dejaban pasar a los acompañantes, así que hasta allí llegó la compañía de su esposo, luego de que él ya no se encontraba a su lado el viaje se le hizo eterno pasaban y pasaban bombillos sobre su cabeza cíclicamente. Hasta que por fin llegó a una sala enorme donde había otro paciente que también sería sometido a cirugía. Él se encontraba al lado izquierdo de Lola en otra camilla, le pregunto de qué la iban a operar, ella no contestó,  pues se sentía muy dopada por los medicamentos, que poco a poco le hacían más efecto, sin titubear él dijo “a mí del corazón”, Lola haciendo un gran esfuerzo mental puso su mano derecha sobre su cabeza, él pregunto “¿la cabeza?” y Lola asintiendo le hizo entender que sí.
De allí la llevaron a la sala de cirugía, el doctor le tocó la nariz y le preguntó que si sentía, luego le tocó los ojos mientras le decía “te estoy tocando los ojos, mi dama ¿sientes que te estoy tocando los ojos?”. ella movía la cabeza de un lado a otro para responderle que no, el doctor le dijo que tenía una hermosa nariz,”te la vamos a dejar igual ¿te explicaron?”, asintió con la cabeza. El anestesiólogo se acercó e hizo lo mismo que había hecho el anterior, preguntándole si sentía mientras la tocaba, le pusieron varias correas  de seguridad, para sujetarla a la camilla, el doctor dijo “ahora piensa en lo que te dije que tenías que pensar y ¡nos vemos!”, mientras el anestesiólogo le ponía la careta en la nariz y en la boca.
La operación duró 12 horas, y el efecto de las anestesias duró 2 horas más, cuando despertó tenía una enfermera al lado y Lola le preguntó por el hombre de la otra camilla, la enfermera con un tono y gesto algo triste le dijo que había muerto en la intervención…
Pero ella seguía viva, seguía viva para seguir criando a su hijo y dándole felicidad a los que la rodeaban, con su característico buen humor sin importar lo que sucediera (supongo que la vida se ve diferente después de casi perderla) y ser un testimonio de valentía y un ejemplo para mí su orgulloso hijo Santiago Torres Portela.


Película de la semana: Kill Bill Vol. 1


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