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Jugando con mi mente (introducción)

Entre la inmensa oscuridad de esta noche he decido finalmente hacer público algo que por mucho tiempo ha sido uno de mis mayores secretos, pero antes de ello y de intentar buscarle una explicación “lógica” a esta sucesión de acontecimientos debo remontarme al inicio de todas las cosas o a eso que me gusta llamar “la voz que me habla”.


 I LA VOZ QUE ME HABLA 

Desde que tengo memoria lo he sentido, no me considero una persona especialmente temerosa pero existe dentro o a mí alrededor algo que me obliga a sentir un tremendo escalofrío que olvido de vez en cuando hasta que por sí mismo hace notar su existencia. Aún sigue plasmada en mi mente la primera vez que escuche esa voz, para ese entonces no eran más que murmullos que resonaban en el silencio absoluto dentro de mi habitación, la mayoría de los niños le temen a la ausencia total o parcial de la luz, imaginan monstruos terribles que asechan en lo más profundo de las tinieblas en donde es imposible enfocar la vista en condiciones normales, pero esa noche no sentí que mi imaginación me jugaba “una mala pasada” esa noche escuche algo que hubiera querido nunca escuchar. Recuerdo muy bien el sonido de la campana que mi madre hacía sonar aquella noche lo cual significaba que necesitaba ayuda para levantase de la cama y trasladarse del cuarto principal ubicado en el segundo nivel de la casa a el único baño de la misma en el primer piso, pues por aquellos días ella no disponía de la destreza necesaria como para lograrlo por sus propios medio, allí fue cuando las voces vinieron a mí, unos rápidos e inentendibles murmullos llegaron a mi oído con un pesado tono burlesco que parecían mencionar y recordarme mi tremenda mala suerte, quede anonadado por el extraño acontecimiento que para ese momento no era más que una simple distracción de mi honorable misión nocturna, llevar a mamá sana y salva hasta el primer piso para que logrará hacer descansar su agotada vejiga. Poniendo los pies en el suelo las voces cesaron de golpe, pasando de ser un hecho a una extraña pesadilla que se dio lugar en el momento justo en el que abrí los ojos, yendo al cuarto donde esperaba apurada mi madre, en mi mente lo único que existía era intriga por lo sucedido e insatisfacción ante el gran esfuerzo que me esperaba. Luego de que mi ejercicio nocturno había culminado procedí a entrar otra vez en mi habitación para continuar con mi ciclo de descanso pero algo extraño estaba sucediendo aquella noche. Eran un poco más de las 11 o 12 de la noche, los perros de los vecinos ladraban con una singular fuerza y la intranquilidad tomaba lugar dentro de mi infantil mente que lo único que pedía era un placentero descanso. Al pasar del tiempo logre conciliar de nuevo el sueño, luego de cerrar la puerta con candado y ponerme las cobijas sobre el rostro. Al poco tiempo abrí los ojos y veía claramente la puerta de mi habitación cerrada la cual tenía una pequeña ventana en la parte superior de la misma y que se me facilitaba ver desde mi camarote, al otro lado de aquella ventana se encontraba un corto y estrecho pasillo que conectaba las dos habitaciones de la casa y las escaleras, en el techo se encontraba un tragaluz de poco más de cincuenta por cincuenta centímetros por donde entraba una pequeña cantidad de luz regalo de aquella despejada noche de diciembre. Observando sin un solo parpadeo vi una gran sombra que se acercaba desde el inicio del recorrido del pasillo de 5 metros, lentamente la oscuridad tomó lugar a las afueras de mi habitación y cada vez estaba más cerca a la puerta, al llegar a la ventana era imposible ver más allá del marco del vidrio que parecía desvanecerse entre la penumbra, mis ojos viajaron con rapidez a la perilla de la puerta que notablemente estaba con seguro y escuche un gran estruendo, como si alguien hubiera golpeado la puerta, un golpe seco que m erizo la piel y que sin saberlo marcaría de forma inevitable el resto de mi vida hasta hoy. Abrí los ojos de nuevo, al parecer todo era un sueño, los perros ladraban con entusiasmo y uno que otro chillaba, las cobijas sobre mi rostro no me permitían observar de nuevo la puerta para cerciorarme de que no hubiera nada más allá de la diminuta ventana, al intentar liberar mi vista de descubrí que algo no andaba bien, no podía moverme, las cobijas que utilizaba como escudo de mi propia imaginación eran tan pesadas que me era imposible mover los brazos o las piernas, entre mi temor a lo desconocido intente gritar, llevando a mis pulmones todo el aire que cupiera en ellos pero mi voz había sido silenciada y no me quedo de más remedio que esperar mientras mi corazón corría sin control alguno por el increíble temor que abrumaba mi mente aquella noche. Los minutos eran como horas de intensa agonía mientras mi cuerpo era aplastado por esas simples cobijas que no pesarían más de tres kilos, con el pasar del tiempo todo aquello que estaba sucediendo me dejaba de importar hasta tal punto en el que llegué a quedarme dormido en la incómoda e inmóvil posición. Al otro día no recordaba mucho de lo sucedido toda había sido una pesadilla, únicamente podía recordar que soñé algo relacionado con sombras y los perros de la calle, bajando del camarote sentí un intenso agotamiento físico como si hubiera hecho horas de ejercicio, con los ojos entre cerrados me dirigí a abrir la puerta, mandando mi mano con seguridad hacia la perilla descubrí que la puerta no estaba cerrada, que estaba abierta de par en par y como un camión a toda velocidad me atropello el recuerdo de mis manos mientras cerraban la puerta y todo lo sucedido esa noche con detalle, de inmediato negué que algo así pudiera pasarme, pero allí fue cuando escuche con claridad esa voz, no era una voz desconocida, era mi voz, que lo único que emitía en mi oído era una susurrante risa llena de burla…

Película de la semana: Kill Bill Vol. 1


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